Como dijo un lingüista contemporáneo, uno de los seguidores de la
gramática generativa, encabezada por Noam Chomsky, “nothing happens to
the language itself when it becomes a dead language, but only to its
speakears”, nada le ocurre a la lengua latina, como lengua, por el hecho
de que hayan desaparecido sus hablantes. Una lengua como la latina,
gracias a la ingente cantidad de material escrito conservado, podría
estudiarse y aprenderse perfectamente, incluso si sus hablantes hubiesen
desaparecido de forma traumática, sin dejar otro rastro de su
existencia. Lo cual no es el caso del latín, que ha pervivido en estas
lenguas actualmente habladas: italiano, rumano, francés, catalán,
español, gallego y portugués, las llamadas lenguas románicas, todas
procedentes directamente de la lengua de Roma. Y el parentesco es tan
estrecho que algunos lingüistas consideran que hay más diferencia entre
el latín del s.VII-V y el del s.I a.C. que entre el latín de esta última
fase y las lenguas romances.
Pese al auge de las lenguas romances, el latín se
siguió utilizando como vehículo de expresión cultural durante un largo
periodo de la civilización occidental, que tuvo su punto culminante en
el s.XVI, en la época del Humanismo, en la que prácticamente toda la
actividad artística, cultural y científica se expresaba en latín,
convirtiéndose de este modo en una especie de “lingua franca”, que
superaba las barreras lingüísticas de todo el Occidente, tanto
anglosajón como latino. En latín se escribía la historia, la filosofía y
la ciencia en general.
Pero si dirigimos la mirada desde la lengua a la otra cara
de sus realizaciones artísticas, la deuda con el mundo romano es aún
mucho mayor. La literatura clásica es el modelo en que se forjaron las
literaturas nacionales hasta épocas bastante recientes. Durante el
Renacimiento en España se escribió una enorme cantidad de poesía en
latín, que ha sido recogida por nuestros estudiosos contemporáneos.
Incluso un defensor del uso de la lengua castellana, Ambrosio de
Morales, autor del Discurso sobre la lengua castellana, se rendía
al encanto de la lengua latina en la expresión poética, al decir de un
epigrama latino compuesto por él: “No lo trasladaré en castellano porque
eso poquillo de donaire y parecer (si alguno tiene) se perdería todo
pasándolo a nuestra lengua”.
Fuente: uned.es